miércoles, 22 de diciembre de 2010

LA SACA DE BALTASAR


Acompañé a Patricia a echar su carta a los Reyes Magos. Este año la había cerrado sin dejar que yo viera ni una sola línea de lo escrito en ella. Intenté interceptar la misiva antes de que cayera por la boca de aquel león de bronce, pero sólo logré verla resbalar por su estómago de tobogán hasta caer en la saca donde reposaban decenas de cartas repletas de ilusiones infantiles. Volvimos a casa, ella con una sonrisa cómplice, yo con la angustia de no saber cómo hacer realidad sus sueños.
La mañana del seis de enero, al lado de los zapatos de Patricia, descansaban dos enormes paquetes que yo no había comprado. Al abrirlos, mi hija se estremeció dando saltos de alegría. Me quedé sobrecogida, sintiendo como el espíritu de
la Navidad se adueñaba de mi casa, una magia que, a mi edad, tenía casi olvidada. Miré con emoción a Arturo, quien tras desenvolver su regalo y darnos un enorme beso a ambas, vistió su uniforme y salió hacia la oficina de correos a hacer su turno de guardia.

Gentileza de Maite del blog "Historias mayúsculas, en porciones minúsculas"

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La Biografía


Por fin hace unos días tuve noticias de ella. Fue por casualidad. Ese día una vecina llamó a la oficina de Correos porque había tenido problemas con una carta que llegó en mal estado y amablemente nos comunicó que tuviéramos más cuidado en los días de lluvia. Cuando me dio su dirección para tomar nota de su queja, supe que vivía muy cerca de doña Gloria.
Así se llama la protagonista de la historia que les voy a contar. La usuaria de la queja era su amiga y tenían contacto asiduo desde que, después de dejar de trabajar en La Palma, se marchó a su tierra natal. Ella se encargaría de darle mis saludos y yo le conté esta historia.

Esto sucedió hace ya varios años mientras repartía en otra zona del municipio. Al principio no me extrañaba que recibiera algunas cartas escritas a mano, personales. Pero poco después mi interés y curiosidad fue aumentando a medida que llegaban mas y más cartas, cada vez más numerosas y algunas bastante gruesas. Tanto es así que en un mismo día recibió cinco sobres. Siempre el mismo remitente, siempre la misma letra, el mismo sobre.

Me fascinaba aquello a la vez que me llenaba de alegría el día que tenía que subir a la montaña. Poco a poco se fue convirtiendo en mi pequeño ritual sin que la destinataria supiera nada. No se por qué pero me iba imaginando que era el portador de algo importante, el intermediario entre dos personas que mantenían una comunicación muy intensa. Me sentía el cartero más importante del mundo sin saber nada de nada, como es natural, sobre el contenido de aquellas misivas. Pero mi imaginación volaba e inventaba contenidos nuevos para aquellas cartas que llegaban siempre y que, aparentemente, nunca fueron contestadas.

Yo me moría de ganas de preguntarle a doña Gloria el por qué de estos envíos, pero no me atrevía. Un cartero nunca debe hacer esas cosas porque corresponde a la esfera privada del destinatario. Pero la curiosidad podía más. Un día sin más surgió la conversación y me contó la historia de las cartas y de la biografía. Me pareció maravillosa, y mi fascinación aumentó más, si cabe.

Trozos de vida viajaban cada día en un sobre hasta La Palma. Su madre escribía sus memorias y la hija las transcribía a letra de imprenta. Algún día se convertirían en un libro. Me dijo que si se publicaba me haría llegar un ejemplar. De alguna manera yo me sentía un poco artífice de ese proyecto.
Hubo un periodo de tiempo en que dejaron de llegar cartas. Para mi fue una sensación de vacío y un poco de preocupación. En algún momento llegué a pensar si a la madre le habría pasado algo debido a su edad y no pudo seguir escribiendo, o algún desenlace peor. Lo cierto es que al poco tiempo aparecieron de nuevo más cartas y la alegría de siempre. Todo volvía a la normalidad.

Cada día me pregunto que habrá pasado. No se si finalmente el libro ha salido, pero puede que sea lo menos importante. Escrito está al fin y al cabo, en cientos de cartas, siempre con la misma letra, que pasaron una a una por mis manos.